Ríspida, clandestina, efecto mariposa
Que sacude el lado opuesto de mi mundo.
Torrente de energías infranqueables,
cual Big Bang ególatra que crea un universo.
Mayúscula, inmarcesible cantidad de peñascos
Sentimentales que se derrumban en tiernas
Avalanchas dóciles de hermosas caricias que
Apabullan al más frío carácter de ególatra torpe.
Profunda, inmensa vitalidad oceánica capaz de
Destronar a más de tres mil Atlántidas costas con
El fileteó célibe de tus labios y tan capaz a un más,
De calcinar los huesos boscosos de poetas rudos y sosos,
Con la cálida sonrisa de un ángel predilecto de Jesús.
Impulsiva, fuerza titánica extraviada por los dioses,
Con la que pulverizas el alma de los desprotegidos.
Apretando el Dedo índice de un ser, con tu reducida
Mano, Cual guante de Heracles.
Sismo, torrencial, devastador de setecientos grados, tu
Llanto Ecuánime, latente, existencial que nace de tus inflados
Pulmones De vida, y estremece a los vagos tristes y borrachos
Que deambulan por las desesperanzas nostálgicas de esta vida.
Todo un fenómeno natural de coyunturas, desvelos,
Zapetas fétidas y tetas maternales.
Todo un fenómeno natural de sensaciones que
Erizan a erizos y Espantan a muertos Apócrifos
Que nos desvelan por halla de noviembres tradicionales.
Todo un fenómeno natural que sacude la
Piel de los soñadores que cabalgan
Sus nubosos corceles blancos
Inhalando sus aspiraciones amarillas.
Hecatombe imprevista, la aventura más
Grande de mi vida de nombre paternidad,
El equinoccio de mis años nuevos, y el ocaso de mis domingos depresivos, solitarios. Muerte inminente de mis
Noches alcohólicas y fanfarrias de luces
y galas en tu gurios ruidosos. Y todas estas
Palabras caen resumidas en la inimaginable magia de tu alumbramiento.
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Concluye otro día de trabajo; otra jornada laboral que me marchita como las flores que alguna vez olvidaste en el vestíbulo, mi amor. Sin embargo no caben las quejas porque el cuartucho, las migajas y los alcoholes baratos, son pagados por el producto de este jodido laburo. Dibujo una leve mueca (apenas disfrazada de amabilidad) para despedir a los compañeros de oficina. Huyo de la carcelaria rutina que me encadenó, hace ya varios años, a un ordenador que únicamente sabe editar notas rojas.
Sigiloso me arrastro por entre las sombras de calles melancólicas y grises. Intento acelerar furiosamente mis pasos, para así escapar de posibles encuentros con sujetos desconocidos. Ellos afirman conocerme, pero ignoran la profunda idiotez de sus repetitivas preguntas. Actualmente sólo conservo una interrogante: ¿cuándo?
Mientras avanzo, observo rostros tan símiles como distantes al mío. Aquellos ojos están perdidos en sus deberes, los labios en sus lamentos, y unidos son como un familiar recuerdo que envejeció en papel fotográfico. Somos individuos comunes con la prisa de llegar al hogar amargo y colgar un par de alas teñidas de incierto pecado.
Continúo recorriendo las calles con normalidad, hasta que doy cuenta de que esta es una noche distinta y amenazante; un denso azufre infernal parece plagar el ambiente. Repaso el vaivén de las ramas que desprenden hojas invernales y advierto que quizá la parka ronda el barrio en busca de una cita tosca y contrariamente afable con mi cuerpo o mi alma (si es que tengo). Lo cierto es que después de meses han vuelto los asfixiantes achaques. Serán estos el veneno de la soledad o los pactos entre Cristo y Satanás, quienes decidieron negar el perdón a sus ovejas negras (que mas da en el fondo bien lo se, mi dolor es por tu ausencia).
Al llegar a casa no me quedan más redaños para asesinar a las últimas horas del reloj. Bebo un poco de ginebra y releo un viejo libro, ritual que a últimos tiempos me aparca en la perpetua duda: ¿por qué siempre solo? Tal vez Hess tenía razón cuando dijo que hay personas de otra raza como Harry, en fin, no siempre fue así, aun la nostalgia me evoca tu candida sonrisa cuando rondabas por la casa en ese sensual camisón roído mientras yo, yo haciendo lo mismo que hasta estos años leer, beber y escribir. Tal vez te hartaste de esta rutina y no te culpo, te amo.
Me recuesto en el sofá a razón de que estoy ebrio y acuchillado por recuerdos afilados. No tengo más soporte para evitar el infierno que un pútrido mueble. – ¡Qué patético! – Creo merecer el infierno que he desmerecido tras cada intento de suicidio –. Los demonios no toleran la cobardía que me impide claudicar ante el gatillo o la soga.
Inhalo humo de cigarro, con esperanza de evocar el preciso momento en que ingresé a este laberinto. Logro extraer de la memoria un incesante reclamo de mi madre que se desvanece en efímeros escaparates; durante la juventud solía refugiar mis anhelos en la compañía de camaradas simétrica mente ebrios, quienes acampados en el callejón de nuestros fracasos procesábamos la farra como una travesura intrascendente. Luego aparecería ese que algunos llaman El Demonio Azul. Esta presencia heterogénea, compuesta de elementos oníricos y reales, enfrenta, a los hombres recién nacidos, con el destino propio.
En mi caso el demonio se vistió con la piel del Edén y el sutil aroma femenino de una pasión carnívora. Nuestra virginidad se difuminó sobre el colchón de un cuarto de hotel. Percibimos su ausencia en silencios posteriores, pero el extrañar se había convertido en un dolor sangrante de culpas y desengaño. Y quién pudiera defender al amor si éste resulta ser una utopía eterna, algo intangible que a redobles de fervor significa nada; palabra bisílaba e inefable que, según dudosos expertos, basta con estar presente en la cursilería cotidiana para de esa manera encadenar a dos personas hasta el fallecimiento del universo.
Desorientado me sacudo el corazón y me levando moribundo por un trago mas, al compás de una melodía cómoda de jazz, es la hora de partir y dejar todo atrás, olvidarme de penas, locuras y borracheras. Es tiempo de rectificar, tomar mi vida en mis manos levantarme del diván de mis fantasmas, salir a la calle y dejar que los rayos de un astro lejano me calienten las entrañas, de llamarte invitarte un café, pedirte una disculpa y rectificar en mis errores para convencerte de que vuelvas a rondar por mis días como un gato y me desveles en la eternidad contemplando aun que sea tu sombra.
Tarde me di cuenta de lo que era necesario para rectificar mi vida, y cuando con mas furia me proponía a realizar lo anterior, caigo en cuenta en que de nada sirve, siempre tuve la obsesión que moriría por mi mano, con una bala en la sien proveniente del viejo revolver de mi abuelo, o bien, colgado como un candelabro de taberna en mi callejón de las fantasías. Y conforme desciendo estrepitosamente, descubro que mi forma de perecer pendía solo de embriagarme y resbalar con mi botella de ginebra ¿esto es suicidio o una trampa de la catrina? No lo se lo único en lo que cavilo es la estampa que dejo, retozado en el suelo con el cráneo partido por una ráfaga de intenciones que desembocan en un dulce lago color carmín.
P.D. Ya no podré llevar acabo lo que me propuse a priori de mi deceso, pero te confieso: La sonrisa que siempre esperaste de mi, la dejo para mi viaje sobre el río de los muertos y como pasaporte para el infierno, bien me decías que sonreír me serviría de algo. Ojala te hubiera hecho caso antes mi amor.
A la memoria de mi amigo Lauro A. Serrano-
Joel Torres Chiwo
No sabes lo que es ser padre hasta que pierdes un hijo.